Nuestro segundo warhammer. Todo comenzó con el Dreadfleet porque ¿quién puede resistirse a barcos únicos y poderosos sobre un proceloso mar? y además ¿quién puede resistirse a una edición limitada, a tener un producto exclusivo que ser revaloriza cada día que pasa? y más aún ¿quién puede resistirse a construir y pintar tu propia flota? Nosotros desde luego no. Lo malo es que Games Workshop es el Apple de los juegos; empiezas interesándote por un juego y acabas coleccionando pinturas y pinceles, dedicando los fines de semana a imprimar, comprándote la White Dwarf todos los meses y pasándote las noches viendo videotutoriales de pintura en youtube.
Y no, el Dreadfleet no está pintado. El miedo a que no queden los barcos igual que en en las fotos de Games Workshop consiguió que M. haya empezado por las figuras de Cyclades y yo (mucho más modesta) por los sapos del Talismán. Pero hemos incluido el blog de Games Workshop en nuestros rituales diarios y, después de dudar mucho entre Blood Bowl, Isla de Sangre y demás golosinas, un día aparecieron en casa Las minas de Moria sobre un tapete verde como césped.
Es curioso lo de salir de los juegos de mesa, con sus líneas y sus puntos, con sus tableros y cuadrados y entrar en warhammer, un espacio abierto, una regla para decidir movimientos y un ojo cerrado para calcular la línea de visión. El ambiente fue tenso, M. impidió a Legolas atacar a su orgo porque no podía verle el pie izquierdo, yo me pelée por la protección de mis pequeños hobbits, frágiles como una tacita de porcelana. Ya no estábamos jugando, estábamos recreando una guerra en miniatura. La estrategia tenía más que ver con la organización militar que con lo lúdico. Mi ejército se volvía de carne y hueso ante mis ojos, las columnas eran obstáculos reales y difícilmente salvables.
La primera partida fue un poco de prueba, no me importó morir y más bien estaba calculando qué hacer en la segunda. Me di cuenta de que tenía que ir más rápido, que no podía quedarme atrás y debía llegar a la puerta en el menor número de movimientos posible. Así que avancé con valor toda la compañía del anillo al unísono. ¿Toda? No, no toda. Dos hobbits se quedaron detras de las columnas. Ese fue el error. La compañía del anillo debe permanecer unida, viajar unida, vencer unida y, si es necesario morir, morir también unida. Pero Frodo se quedó atrás y no sólo se quedó atrás, sino que se colocó en una posición en la que le iba a resultar difícil, muy difícil, alcanzar a los otros.
En la guerra hay dos reglas básicas:
Nunca retrocedas
Nunca dejes a nadie atrás
Incumplí la segunda. M. se dio un gran festín. Frodo tenía que ir el primero, llevando el anillo orgulloso hasta Mordor. Yo lo dejé en la retaguardia. Podría decir otra tercera regla para la guerra que no tuve en cuenta:
Nunca vayas en contra de la historia