Una de mis aficiones favoritas son los diagramas de flujo. Me gustan más que los concursos de preguntas, más que los cuestionarios de las revistas femeninas, más que el juego de verdad/consecuencia. Basta ver un diagrama de-lo-que-sea para ponerme como una posesa a buscar caminos, a resolver dilemas y a llegar a diferentes finales.
Cuando era pequeña mi madre tenía un libro de esos de «diagnostíquese usted mismo». Le gustaban esa clase de libros porque odiaba ir a los médicos. A mí me gustaba ese libro en concreto porque tenía diagramas de flujo. Empezabas respondiendo a la pregunta «¿te duele la cabeza?» y podías llegar a las consecuencias más extremas y asombrosas. En cuanto tenía un pequeño síntoma cogía el libro y acababa en una casilla de «vaya usted a Urgencias inmediatamente». Disfrutaba tanto con esos diagramas que mi madre llegó a prohibirme que mirara el libro. Daba igual, siempre encontraba la manera de leerlo a escondidas para convertir cualquier molestia en algo raro, exótico y peligroso, al menos en mi imaginación.
Un diagrama de flujo es algo así como un libro-juego de aventuras, pero a cámara rápida, una sola imagen que te ofrece infinidad de mundos posibles. Todavía ojeo de vez en cuando el diagrama de literatura fantástica para elegir qué leer o, más bien, qué podría leer en cualquier otra dimensión en la que me encontrara leyendo y no resolviendo diagramas.
Pues bien, un día M. y yo nos encontramos con un diagrama de flujo de juegos de mesa. Nos emocionamos muchísimo y nos pusimos encantados a resolverlo. Sin embargo no tenía que ver con nuestra sensibilidad ni con los juegos que teníamos en casa, así que no fue demasiado divertido. Pensé que, en otro mundo posible en el que tuviera unas cuantas horas para perder no estaría mal preparar mi propio diagrama de flujo, con mi propia opinión y mis propios juegos.
El caso es que ese mundo posible llegó en un viaje en tren Murcia-Madrid de 5 horas durante el cual no tenía sueño y sí muchas ganas de escribir en mi libreta traída de China por M. Hice un esquema rápido que perfeccioné en el piso de Chueca de Sonia mientras fuera sonaba la algarabía del Orgullo. Intenté pasarlo al ordenador, pero un documento de word no me servía para meter aquel laberinto de disyunciones y flechas.
Cuando volví a casa lo pasé a limpio para poder entenderlo en un futuro, pedí a mis amigos informáticos el nombre de un programa donde poder pasarlo y lo dejé aparcado hasta otro mundo posible, un mundo en el que tuviera las tardes libres y los fines de semana sin listas enormes de cosas pendientes pesando a la espalda.
El caso es que también ese mundo posible llegó, me descargué el programa recomendado por el Sr. O y lo pasé a limpio. Estaba perfectamente orgullosa de él hasta que M lo vio y se llevó las manos a la cabeza: –¡No es nada gracioso! –sentenció. Era cierto, no era nada gracioso, así que nos pusimos los dos en la terraza, una vez que la temperatura era amable, la luna surcaba el cielo y el hielo se deshacía en nuestras infusiones de hibisco, a intentar que el diagrama de flujo fuera divertido, útil y emocionante (los tres elementos que todo diagrama de flujo ha de tener).
El resultado está aquí, aunque tenéis que tener en cuenta una serie de cosas antes de adentraros en él:
1. Sólo hemos puesto los juegos que hemos probado y que tenemos en casa.
2. Este diagrama está basado en las sensaciones que nos provocan esos juegos y en el ánimo en el que nos encontramos antes de querer jugarlos, en ningún caso son criterios objetivos.
3. Muchos de los criterios son temáticos, porque sí, el tema sí nos importa.
4. Alguna de las disyuntivas las he puesto a regañadientes por pucheritos de M. Son pocas, pero son.
Sin más avisos previos aquí está nuestro diagrama de flujo de nuestros juegos. Nos encantaría que sirviera de inspiración, no sólo para elegir juegos, sino también para que vosotros creéis vuestros propios diagramas, los diagramas de vuestros mundos posibles, de vuestros juegos posibles.