Casi un año testeando la Caja Negra de la Marca del Este unido a las dos semanas de navidad con M. en Vietnam (el país, no la guerra) jugando intensivamente al Skyrim mientras me alimentaba de burritos, deberían haber sido suficientes para aprender a salir de un dungeon. Reconozco que, en principio, los dungeon no son santo de mi devoción, que me gustan los espacios abiertos, los bosques, los desiertos, los mares, los mapas del mundo… y que encerrarme en una cueva a limpiarla de monstruos me resulta claustrofóbico. También reconozco que, en general, no me gusta morir. Siempre he preferido esos juegos en los que podías quedarte atascada, pero no esos en los que morías y tenías que volver atrás y, claro está, en los dungeon la muerte siempre está rondando. Yo soy más bien de esas que huyen, de las que si algo es demasiado difícil o demasiado duro lo aparca o lo abandona para mejor ocasión, cuando se sienta más preparada o descubra un modo nuevo de afrontarlo en el que no había pensado antes.
Pero le había cogido un poco el punto a los dungeon, esos microuniversos en los cuales sabes cuándo y por dónde entras, pero no cuándo y por dónde vas a salir, ni tampoco qué te encontrarás por el camino. Para mí es una heroicidad empezar una aventura y mantenerme firme y con las armas listas hasta que se acaba y, bueno, supongo que ahora necesito sentirme una heroína a veces, una de las que le cortan la cabeza al dragón y la presentan a los pies del rey, hincada de rodillas.
Pero un dungeon no lo puedes hacer sin un buen equipo, un guerrero no es nadie sin un mago y ambos notan mucho si falta un pícaro y un arquero. Una heroína sólo es una parte pequeña de un grupo, y hay que aprender a compartir la gloria, cosa que no siempre se me da bien. M. y yo, a falta de un grupo de juego que no viva a más de 500 km, somos el único equipo posible para acabar con los monstruos, coger los tesoros y salir de las cuevas magullados pero con la satisfacción del deber cumplido.
Al principio, cuando empezamos nuestra colección de juegos, solíamos sacar el Castle of Ravenloft como preludio al sueño. Después de cenar, sobre la mesita negra y con nuestras manos acariciando sus deliciosas miniaturas. Fueron partidas buenas, ganando a menudo y no peleándonos demasiado por las decisiones del otro, pero un día M. se cansó y no lo volvimos a sacar a la mesa. Me sorprendí entonces cuando el lunes escogió el CoR para echar una partida y lo monté lo más rápido que pude para que no se arrepintiera. Esta vez me desencantó a mí también. Siempre lo mismo, siempre loseta-monstruo o loseta-evento o incluso loseta-evento-monstruo, de tal manera que sabes que cada loseta viene con su criaturita incluida, sin sorpresas ni sobresaltos. ¿Qué es un dungeon sin sobresaltos? Pues eso, una carrera por acabar con todos los bichos lo más rápido posible. Y ya. Perdimos la partida, pero lo peor no fue eso, sino el desencanto de un juego que me había gustado mucho y que había perdido parte de su brillo. Súmale a eso que mi heroína hacía uno de daño al monstruo con sólo ponerse junto a él y que entonces casi nunca tiraba el dado, y tendrás la palabra perfecta para definir nuestra partida: «sosa». Y contra eso no se puede luchar, ni con las mejores armas, ni con el mejor equipo a tu lado.
Pasaron un par de días y llegó un paquete a la oficina. Por su tamaño tenía toda la pinta de un juego de mesa, así que lo abracé y me lo llevé a casa dando saltitos de felicidad. Tuve un largo momento de sufrimiento, pues M. tiene la costumbre de hacerme adivinar los juegos que compra antes de dejarme verlos, y aquel era imposible de adivinar, por muchas pistas que me diera. «Tiene una cosa muy especial» «sí, lo especial es cómo se tiran los dados», «sí, el objeto donde se tiran los dados puede estar en un castillo», «sí, es una diana», «el juego no te va a gustar porque tiene algo que no te gusta», «sí, exacto, que mueres fácilmente». Como el juego no me sonaba de nada (llevo 300 feeds de retraso en Planetaludico y hace demasiado tiempo que no entro en foros ni páginas de juegos, así que no estoy muy actualizada) lo tuve que ir adivinando palabra por palabra: Dungeon Fighter.
Me encantó el tema de la diana. Resulta que en ese juego tienes que acertar con tus dados en la diana. Y no sólo eso, sino que además a veces tienes que tirarlos de la manera más variopinta: dando vueltas, haciéndolos rebotar varias veces, con los ojos cerrados, desde debajo de la mesa, etc. Y el toque de humor (al fin y al cabo éramos unos impostores de pacotilla) le daba ligereza. Primer juego al que jugamos de pie, dando vueltas a la mesa para encontrar el mejor ángulo de tiro. Nos cargábamos con facilidad a los monstruos de nivel 1 y de nivel 2, pero cuando empezaban a aparecer los más gordos me temblaba la mano y se me caía el arma en cualquier lugar poco adecuado. Tardamos en cogerle el tranquillo a eso de los dados y, cuando ya creíamos que lo habíamos conseguido, apareció un monstruo que te obligaba a dar un bote con el dado en la mesa, que el dado saltara sobre una carta que tenías que sujetar entre los dedos, dar otro bote en la mesa y llegar a la diana. Nos fulminó.
Pero es un juego liviano, corto, donde el dungeon es un pequeño mapa que conoces desde el principio y sobre el cual puedes tomar decisiones y, por lo tanto, mucho más relajado que un dungeon habituales, así que comenzamos otra partida. Esta vez llegamos hasta el bicho final sin una sola cicatriz en nuestros apolíneos rostros de héores (el tema de las cicatrices es otra de las mecánicas que me gustan de este juego, pues te quita para siempre puntos de vida y una habilidad en un solo gesto). La mala suerte, si es que la suerte influye para algo en el destino, fue que nos encontramos al final con un dragón de miles de puntos de vida. Nuestros dados y nuestras armas fueron insuficientes para acabar con él y lo dejamos herido, medio muerto, pero con fuerzas suficientes para proteger el último recodo de su cueva y sus magníficos tesoros.
No, dungeon fighter no es un dungeon al uso, aunque lo que sí es al uso es la poca piedad que tiene con los que osan adentrarse en él. Pero, qué se le va a hacer, será que ya soy mayor y ya no me da miedo adentrarme en los dungeons, salga o no salga de ellos con vida y con fortuna.