Archivos Mensuales: abril 2013

La rendición del mal. La redención del mal.

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Ciertamente este blog ha permanecido en calma durante un tiempo considerable. ¿Exceso de trabajo? Seguro ¿Estrés y prisas? por supuesto. ¿Falta de energía, de tranquilidad, de duende, de té con leche? probablemente. Pero lo más destacable ha sido, sin duda alguna, haber permanecido demasiado tiempo en los cómodos brazos del bando ganador como para tener nada que contar aquí. Han pasado, desde la última vez que hablamos, tres grandes partidas (de las pequeñas partidas hablaré en otra ocasión) y dos de ellas con un éxito fácil y magnífico.

Todo empezó cuando Pas dijo que no podía venir esta vez. Pasar de un grupo de cinco jugadores a cuatro, quien lo probó lo sabe, es un paso difícil de dar, y más después de haber comprado por fin el Battlestar Galactica y haber leído que cinco era el número perfecto de jugadores. Probamos con los amigos de los chicos, pero la gente tenía cosas mejores que hacer y no parecían demasiado entusiasmados. Pensamos entonces en mi amigo Cristóbal, master y escritor de rol y aventuras, curtido en mil batallas, con paciencia infinita a la hora de escuchar reglas también infinitas y, lo más importante de todo: cuyo pulso no tiembla si tiene que apuñalar de frente o por la espalda. Accedió a venir a jugar, sin darse cuenta, pobre incauto, de que quedaría atrapado para siempre en el mundo de los juegos de mesa. A partir de esa noche nuestro grupo de juego ya es –salvo fuerza mayor– de seis jugadores.

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M. y yo habíamos estado viendo encandilados la serie y teníamos unas ganas tremendas de meternos en la piel de Adama o de Starbuck, o incluso de Gaius. La partida fue justo lo que esperábamos de ella: trepidante, inmersiva, con verdadero sabor a la serie. M. era el traidor como había querido y yo de los buenos, como deseaba. Al final ganamos por poco, por una carta que no les salió a los Cylons, pero ganamos. Al principio no había traidores y eso nos facilitó la tarea de llegar a Kobold antes de que nos descubrieran. Genial juego. Nivel medio de reglas, ni muy fáciles ni muy enrevesadas, muchísima interacción, mucha lucha contra los elementos, muy sentirse que el mundo está en tus manos. Y victoria. Victoria al final. Salvada la raza humana gracias a nosotros. Qué gustazo.

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Luego sí, una derrota estrepitosa al Mansiones de la Locura, pero ya era tarde, nos dedicamos más a explorar la casa que a completar la misión y fue una derrota amable, relajada, que cabía dentro de lo esperado. Terminamos la noche con unas partiditas rápidas de Saboteur, un juego que necesita de más jugadores pero que fue un buen cierre para la noche del mal escondido.

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La segunda gran partida fue hace no mucho a un juego que se trajo Pas: Juego de Tronos, el Juego de Tablero. No lo habíamos comprado nosotros porque habíamos leído muchas opiniones tanto a favor como en contra y nadie de quien nos fiáramos al cien por cien lo ponía por las nubes. Es un juego quizá un pelín más rebuscado de lo que debería ser, pero es muy divertido, sobre todo si juegas con verdaderos conquistadores y no con pasmarotes. Ay, amigos, qué gran partida. Qué victoria más aplastante de la astuta Greyjoy, que los fue engañando a todos poco a poco, que jugó con sus sentimientos hasta que su buen corazón se transformó en hiel helada y la bilis les recorría todo el cuerpo como si fuera sangre. Sí. Una jodida greyjoy. De las casas más odiadas y diabólicas de Juego de Tronos. Nosotros no sembramos. Traicioné discretamente las alianzas, no recorde en voz alta información valiosa, me guardé el movimiento final y tatatachán: acabé con más fortalezas que nadie, me adueñé del frío norte y dejé a los Martell con dos pares de narices y la cara pálida y un un «yo es que… no sabía…» bobalicón brotando de sus labios. No os fiéis de una Greyjoy, amigos, nunca.

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Y por fin llegó el momento. después de las mieles de la Victoria, después de conquistar los mundos del más allá, me tocó volver a la realidad, de poner los pies en el suelo. Me tocó releer las reglas del Descent a tragapavo (palabra murciana tremendamente descriptiva) y ponerme la túnica de Señora Oscura. Como una vez M. me dijo que no era divertido jugar conmigo y me quedé después llorando de cara la luna en camisón, no sólo por lo duro de las palabras, sino por lo inexorable y extensible de las mismas, traté de no ser demasiado dura con las reglas, de levantar la mano por una vez, de no revisar el manual a cada duda, de dejar respirar a los héroes, de no destruir su diversión con mis zancadas enormes y torponas, con mi obsesivo escrutinio del manual y las faqs, con mi aversión a que se haga nada en mi contra que no contemple el autor cómo válido, lícito, justo y aceptable.

La primera partida estuvieron a punto de perder y yo, por ende, a punto de ganar. Una tirada de dados final los salvó en un momento épico, estupendo, lleno de dramatismo, en el cual mi fiero etin cayó derrotado, no sin antes oponer fiera resistencia. Pero luego llegó el momento en el que yo me levanté alegre a por otro juego que no los pusiera a todos en contra de mí y alguien soltó algo que estaban todo los demás pensando: ¿echamos otra? Y se montó el tablero, y se escogieron héroes y monstruos y se cambiaron puntos de experiencia y se continuó. Yo cogí a las arañas, además de por su capacidad de envenenar porque me encantan las arañas. Son unos bichos increíbles. Mi tela, sin embargo, se resquebrajó pronto, mi estrategia hacía aguas y mis acólitos caían como moscas. Los héroes dilucidaban entre ellos el mejor movimiento, iban con pies de plomo, sabían lo que se hacían. La Señora Oscura sólo deseaba que se acabara pronto la masacre. Tanto, tanto lo deseaba, tan triste e impotente se sentía de verse superada por los hombretones, ella tan frágil niña pequeña estúpida, tan como antes, tan sin haber crecido, que llegó un momento en que dijo: «hasta aquí. Lo dejamos. Me rindo».

Luego lo hablé con Borja y me contestó: El mal nunca se rinde. Exacto. Ese fue mi error. Mi error no fue cometer errores. Mi error no fue moverme poco o no atacar a tiempo. Mi error fue rendirme. El mal nunca se puede rendir. El mal es vencido, apaleado, humillado. Eso es. El mal es humillado. ¿Cómo digieres eso cuando no soportas la humillación en ninguna de sus formas? Pues si te humillan te jodes, te levantas, haces daño, haces daño aunque no puedas hacer otra cosa, porque el mal tiene que vivir siempre, aunque sea sin fuerza, sin arañas, con goblins famélicos y mal dispuestos.

Al día siguiente volví a mi modo de «chica no divertida» con la que jugar. Me senté frente a la mesa. Abrí el manual y la libreta. Tomé apuntes a tres colores. Hice signos de exclamación en las reglas que se nos habían pasado por alto. Leí con atención hasta que llegué al Epígrafe «Aventuras» y ahí sí me di cuenta de mi error. Me cayó encima mi error como un saco de lodo, empapándome hasta los huesos de sustancia viscosa: «todo el daño que sufren los héroes se guarda de un encuentro para otro». Las palabras resonaron en mi cabeza: «todo»… «daño»…»héroes»… me atacó la rabieta y dije: ¡Hay que jugar otra vez el primer encuentro! Como podéis imaginar M. no estaba muy de acuerdo, me soltó el sermón de siempre de «no te puedes tomar así los juegos», «los juegos son sólo juegos», «estuviste a punto de llorar», «el Overlord está para que los demás se diviertan» o «tú que presumes tanto de ser buena anfitriona»… y sí, soy jodidamente buena anfitriona y sí, presumo y sí,  tuve que apretar los labios cuando cayó el último goblin y no, los juegos no son solo juegos, los juegos son pequeñas vidas que una vive frente a un tablero y de las cuales cuesta desprenderse.

Recogí los trozos de mi fracaso. Uno a uno. Lentamente. Queda una larga campaña por delante. La Señora Oscura tiene mucho que aprender, quien lo duda, pero escuchad: Jamás volverá a rendirse. El mal renace siempre, más perverso y letal, más cruel, más inexorable.

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